don quijote de la mancha
miércoles, 11 de junio de 2014
personajes
- Alonso Quijano, conocido como Don Quijote de la Mancha, El Caballero de la Triste Figura, El Caballero de los Leones. Representa la lucha por los ideales sobrepasando todos los obstáculos, creyendo fuertemente que el mundo podía mejorar. Era sumamente optimista, y todo lo cuestionaba o lo justificaba. Además es muy imaginativo porque todas sus aventuras las asocia con las de los libros de caballerías.
- Sancho Panza, su fiel escudero y su fiel amigo, que le apoyó en sus locuras. Es la parte realista de don Quijote y trata de hacer que éste entre en razón de lo que está haciendo.
- Rocinante, caballo de Don Quijote, flaco, pando, de aspecto burlesco para ser el caballo de un caballero.
- Rucio, asno acompañante de Sancho Panza, muy querido por este.
bibliográfia
Don Quijote de la Mancha es una novela escrita por el español Miguel de Cervantes Saavedra. Publicada su primera parte con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha a comienzos de 1605, es una de las obras más destacadas de la literatura española y la literatura universal, y una de las más traducidas. En 1615 apareció la segunda parte del Quijote de Cervantes con el título de El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha.
Don Quijote fue la primera obra genuinamente desmitificadora de la tradición caballeresca y cortés, por el tratamiento burlesco que da a la misma. Representa la primera obra literaria que se puede clasificar como novela moderna y también la primera novela polifónica, y como tal, ejerció un influjo abrumador en toda la narrativa europea posterior.
En 2002, y a petición del Norwegian Book Club, se realizó una lista con las mejores obras literarias de la historia con las votaciones de 100 grandes escritores de 54 nacionalidades distintas, apareciendo las obras en estricto orden alfabético, para que no prevaleciese ninguna obra sobre otra, con la única excepción de Don Quijote, que encabezó la lista siendo citada como «el mejor trabajo literario jamás escrito Es el libro más editado y traducido de la Historia, sólo superado por La Biblia.
información personal
Es una parodia de los libros de caballería en la que abundan los sucesos graciosos, pero que a la vez critica la sociedad española de la época. Su trascendencia está en que nos hace reflexionar sobre los grandes temas de la condición humana, como la fe, la justicia, la realidad y el amor. Esta reseña de Don Quijote te dará una breve introducción al argumento, los temas principales, la estructura y el estilo de esta gran obra.
DE LA MANCHA
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho
tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco
y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches,
duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura
los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían
sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo,
los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa
una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y
un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia,
seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren
decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna
diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas
verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a
nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que
eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto,
que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su
hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas
hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y
así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le
parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la
claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y
más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en
muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de
tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura,
y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las
estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la
vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el
juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo
sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello.
Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto
su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo
su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar,
sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y así,
sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una
mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de
todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó
su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con
grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a
su buen deseo. Mas apenas se vió en el campo, cuando le asaltó un pensamiento
terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le
vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a la ley de
caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y puesto qeu lo
fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el
escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase.
Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más su
locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que
topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los
libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas pensaba limpiarlas de manera,
en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño: y con esto se quietó y
prosiguió su camino, sin llevar otro que el que su caballo quería, creyendo que en
aquello consistía la fuerza de las aventuras. Yendo, pues, caminando nuestro
flamante aventurero, iba hablando consigo mismo, y diciendo: ¿Quién duda sino
que en los venideros tiempos, ciando salga a luz la verdadera historia de mis
famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue a contar
esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera? "Apenas había el rubicundo
Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus
hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas
lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora
que dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del
manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero D.
Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo
Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel." (Y
era la verdad que por él caminaba) y añadió diciendo: "dichosa edad, y siglo
dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse
en bronce, esculpirse en mármoles y esculpirse en mármoles y pintarse en tablas
para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien
ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de
mi buen Rocinante compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras." Luego
volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: "¡Oh, princesa
Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en
despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer
ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros de este vuestro sujeto
corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece."
Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le
habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto caminaba tan
despaico, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a
derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin acontecerle
cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, poerque quisiera topar luego,
con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo.
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto
Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido
averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es
que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por ver si descubriría algún
castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar
su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fue
como si viera una estrella, que a los portales, si no a los alcázares de su redención,
le encaminaba. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las
cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a
hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o
imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que
vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles
de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos
adherentes que semejantes castillos se pintan.
Fuese llegando a la venta (que a él le parecía castillo), y a poco trecho de ella
detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las
almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo; pero
como vió que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la
caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vió a las dos distraídas mozas que allí
estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas, o dos graciosas damas,
que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso
que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos
(que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al
instante se le representó a D. Quijote lo que deseaba, que era que algún enano
hacía señal de su venida, y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas,
las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y
adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo
por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y
polvoso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo: non fuyan las vuestras
mercedes, nin teman desaguisado alguno, ca a la órden de caballería que profeso
non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas, como
vuestras presencias demuestran. Mirábanle las mozas y andaban con los ojos
buscándole el rostro que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar
doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de
manera, que Don Quijote vino a correrse y a decirles: Bien parece la mesura en las
fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non
vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de al
que de serviros.
El lenguaje no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero,
acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante, si a aquel
punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, el
cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, como
eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las
doncellas en las muestras de su contento; mas, en efecto, temiendo la máquina de
tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo: si vuestra
merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no
hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia. Viendo Don
Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza (que tal le pareció a él el ventero y la
venta), respondió: para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis
arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.
Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle pareci
su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo
su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar,
sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer; y así,
sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una
mañana, antes del día (que era uno de los calurosos del mes de Julio), se armó de
todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó
su adarga, tomó su lanza, y por la puerta falsa de un corral, salió al campo con
grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a
su buen deseo. Mas apenas se vió en el campo, cuando le asaltó un pensamiento
terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa: y fue que le
vino a la memoria que no era armado caballero, y que, conforme a la ley de
caballería, ni podía ni debía tomar armas con ningún caballero; y puesto qeu lo
fuera, había de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el
escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase.
Estos pensamientos le hicieron titubear en su propósito; mas pudiendo más su
locura que otra razón alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que
topase, a imitación de otros muchos que así lo hicieron, según él había leído en los
libros que tal le tenían. En lo de las armas blancas pensaba limpiarlas de manera,
en teniendo lugar, que lo fuesen más que un armiño: y con esto se quietó y
prosiguió su camino, sin llevar otro que el que su caballo quería, creyendo que en
aquello consistía la fuerza de las aventuras. Yendo, pues, caminando nuestro
flamante aventurero, iba hablando consigo mismo, y diciendo: ¿Quién duda sino
que en los venideros tiempos, ciando salga a luz la verdadera historia de mis
famosos hechos, que el sabio que los escribiere, no ponga, cuando llegue a contar
esta mi primera salida tan de mañana, de esta manera? "Apenas había el rubicundo
Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus
hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas
lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora
que dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del
manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero D.
Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo
Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel." (Y
era la verdad que por él caminaba) y añadió diciendo: "dichosa edad, y siglo
dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse
en bronce, esculpirse en mármoles y esculpirse en mármoles y pintarse en tablas
para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien
ha de tocar el ser coronista de esta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de
mi buen Rocinante compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras." Luego
volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: "¡Oh, princesa
Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en
despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer
ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros de este vuestro sujeto
corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece."
Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le
habían enseñado, imitando en cuanto podía su lenguaje; y con esto caminaba tan
despaico, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a
derretirle los sesos, si algunos tuviera. Casi todo aquel día caminó sin acontecerle
cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, poerque quisiera topar luego,
con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo.
Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la de Puerto
Lápice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido
averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha, es
que él anduvo todo aquel día, y al anochecer, su rocín y él se hallaron cansados y muertos de hambre; y que mirando a todas partes, por ver si descubriría algún
castillo o alguna majada de pastores donde recogerse, y adonde pudiese remediar
su mucha necesidad, vió no lejos del camino por donde iba una venta, que fue
como si viera una estrella, que a los portales, si no a los alcázares de su redención,
le encaminaba. Dióse priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que anochecía.
Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, de estas que llaman del partido, las
cuales iban a Sevilla con unos arrieros, que en la venta aquella noche acertaron a
hacer jornada; y como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o
imaginaba, le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que
vió la venta se le representó que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles
de luciente plata, sin faltarle su puente levadizo y honda cava, con todos aquellos
adherentes que semejantes castillos se pintan.
Fuese llegando a la venta (que a él le parecía castillo), y a poco trecho de ella
detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algún enano se pusiese entre las
almenas a dar señal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo; pero
como vió que se tardaban, y que Rocinante se daba priesa por llegar a la
caballeriza, se llegó a la puerta de la venta, y vió a las dos distraídas mozas que allí
estaban, que a él le parecieron dos hermosas doncellas, o dos graciosas damas,
que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto sucedió acaso
que un porquero, que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos
(que sin perdón así se llaman), tocó un cuerno, a cuya señal ellos se recogen, y al
instante se le representó a D. Quijote lo que deseaba, que era que algún enano
hacía señal de su venida, y así con extraño contento llegó a la venta y a las damas,
las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte armado, y con lanza y
adarga, llenas de miedo se iban a entrar en la venta; pero Don Quijote, coligiendo
por su huida su miedo, alzándose la visera de papelón y descubriendo su seco y
polvoso rostro, con gentil talante y voz reposada les dijo: non fuyan las vuestras
mercedes, nin teman desaguisado alguno, ca a la órden de caballería que profeso
non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas, como
vuestras presencias demuestran. Mirábanle las mozas y andaban con los ojos
buscándole el rostro que la mala visera le encubría; mas como se oyeron llamar
doncellas, cosa tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de
manera, que Don Quijote vino a correrse y a decirles: Bien parece la mesura en las
fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non
vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de al
que de serviros.
El lenguaje no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero,
acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo; y pasara muy adelante, si a aquel
punto no saliera el ventero, hombre que por ser muy gordo era muy pacífico, el
cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales, como
eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompañar a las
doncellas en las muestras de su contento; mas, en efecto, temiendo la máquina de
tantos pertrechos, determinó de hablarle comedidamente, y así le dijo: si vuestra
merced, señor caballero, busca posada, amén del lecho (porque en esta venta no
hay ninguno), todo lo demás se hallará en ella en mucha abundancia. Viendo Don
Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza (que tal le pareció a él el ventero y la
venta), respondió: para mí, señor castellano, cualquiera cosa basta, porque mis
arreos son las armas, mi descanso el pelear, etc.
Pensó el huésped que el haberle llamado castellano había sido por haberle pareci
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